El Luche y Vuelve nunca termina
A veces la memoria se esconde en los lugares menos pensados. Yo la había dejado enterrada en una mudanza cualquiera, junto con una monografía que escribí en La Plata sobre el regreso de Perón en 1972. Habían pasado décadas. Pensé que ese trabajo juvenil ya era parte del polvo de archivo. Pero la historia, cuando quiere, se te planta en la puerta como diciendo: todavía no terminaste conmigo.
En aquellos años yo estudiaba ingeniería, o algo que se le parecía, porque también acumulaba carreras inconclusas con la misma facilidad con la que otros juntan estampillas. Lo único que cursaba con constancia era la curiosidad. Y por eso terminé hundido horas enteras en el CEMEPO, el Centro de la Memoria Popular, con Gonzalo Cháves como faro. Era un lugar donde el pasado respiraba fuerte, casi con urgencia. Yo quería entender el Operativo Retorno, no como un capítulo de manual escolar, sino como un hecho vivido. Mesas, carpetas, testimonios. Y yo ahí, intentando ordenar un rompecabezas que todavía ardía.
Presenté esa monografía en un concurso del Centro Cultural Scalabrini Ortiz y gané el segundo premio. El primero se lo llevó Hugo Cánepa, que estudiaba periodismo y se notaba. Yo, con mi mezcla de audacia y torpeza de estudiante errante, me conformé con haber llegado tan lejos. Con el tiempo, aquel texto se esfumó. No sé si se perdió o si decidió esconderse mejor que yo. Solo me quedaron algunas ideas sueltas, como chispazos que volvían cuando menos los llamaba.
Hace poco intenté reconstruirlo con la ayuda de varias inteligencias artificiales. Y si algo me dejó claro la experiencia es que la precisión técnica no reemplaza el testimonio vivo. Las IA ordenan datos, pero no huelen el miedo de una reunión clandestina ni reconocen la pausa de un militante antes de confiarte un secreto. No registran la sensación de época, ese temblor interno que te hacía pensar que la democracia podía romperse mañana como se vivió en Semana Santa de 1987.
El país partido y una consigna que obstinadamente seguía viva
El periodo que va de 1955 a 1973 fue un péndulo tenso. La proscripción de Perón duró diecisiete años y moldeó generaciones enteras. La Resistencia Peronista sostenía el fuego con una consigna tan simple como profundamente política: “Luche y vuelve.” Era fe, era terquedad, era estrategia. Y era también riesgo real: cárcel, tortura, fusilamientos.
En La Plata encontré a varios de esos militantes. No buscaban contar su historia, pero a veces lo hacían. Con cautela. Con desconfianza. Siempre con la sensación de que lo que decían podía comprometerlos incluso años después. Nunca lo olvidé.
La tensión venía de lejos. Desde el fallido regreso de 1964, cuando Perón fue detenido en Brasil con apoyo diplomático del gobierno de Illia. Una escena que mostró que la proscripción no era solo un capricho militar, sino un acuerdo político más amplio. En aquel entonces quedó claro que no bastaba con querer volver. Había que poder. Había que forzar la historia.
El desafío a Lanusse y una mañana que se volvió ícono
Lanusse lanzó su célebre frase “no le da el cuero” como quien tira un fósforo encendido en un galpón lleno de nafta. La militancia la devolvió con organización. El 17 de noviembre de 1972, el DC-8 de Alitalia aterrizó en Ezeiza entre lluvia, frío y una tensión que cortaba el aire.
Miles intentaron acercarse, aunque el aeropuerto estaba militarizado. Perón bajó del avión rodeado de una comitiva ruidosa, simbólica, estratégica. Y ahí apareció Rucci sosteniendo el paraguas, transformándose en fotografía eterna. La militancia no tardó en sintetizar la escena con humor ácido: “Nosotros pusimos el cuerpo y Rucci solo puso el paraguas.” En una frase, todo un conflicto interno.
Las tensiones con el sindicalismo venían de más atrás. Mucho más. Y ahí entra Vandor secretario general de los metalúrgicos, figura clave de los sesenta. No solo por su frase quirúrgica sobre el costo del regreso. Vandor fue el arquitecto del “peronismo sin Perón”, una estrategia tan audaz como provocadora: mantener el poder sindical negociando con las dictaduras mientras el líder seguía en el exilio. Ese intento de autonomía buscaba un movimiento sin la conducción del fundador. Y en el peronismo, eso era dinamita pura.
Hoy, más de medio siglo después, esa jugada vuelve en espejo. Hay quienes en distintos sectores imaginan o promueven un “peronismo sin Cristina.” La misma idea con otro nombre. La misma fantasía de desarmar el liderazgo histórico para reorganizar el movimiento desde otro centro. Cambian los apellidos, no las tensiones. La historia, muy creativa, pero nunca tan original.
El otro regreso, el definitivo, el que terminó en tragedia
Perón volvió en noviembre, pero no volvió del todo. Recién en junio de 1973, ya con el gobierno electo y la renuncia de Cámpora en curso, se produjo el regreso definitivo. Y esa vez la historia se volvió más oscura. El acto multitudinario en Ezeiza se transformó en la Masacre. Disparos cruzados entre facciones del propio peronismo, muertos, heridos, una línea divisoria que ya no se podría borrar. Un movimiento que había sobrevivido a la proscripción caía bajo el peso de sus propias fracturas.
La memoria como territorio en disputa
Cuando pienso en aquellos días en el CEMEPO, intentando armar una monografía que hoy está perdida, tengo la sensación de estar recuperando no solo un texto sino un modo de mirar la historia. Me interesa lo que no aparece en los documentos oficiales: las frases de pasillo, los gestos, la desconfianza, el humor que también forma parte de la épica.
El 17 de noviembre sigue siendo el Día de la Militancia. Y tiene sentido. No celebra al líder sino a quienes sostuvieron la causa sin garantías, sin paraguas, sin promesas, sin guita. Los que pusieron el cuerpo, literalmente, para que un avión pudiera aterrizar sin que la historia se estrellara antes.
Al final, quizá esa monografía no estaba tan perdida. Solo esperaba que yo pudiera contarla de nuevo, esta vez con todas las voces que me quedaron resonando adentro.

Periodista, ciclista amateur, observador desde las orillas. Fundador y Director de Emisora Regional 97.3. En este espacio escribo con libertad y humor, sin compromisos de cobertura ni solemnidad.